LOS MISTERIOS DE PARÍS

 LOS MISTERIOS DE PARÍS 




Vamos a desmenuzar “Los misterios de París” de Eugène Sue como si fuera un puchero literario servido en plato de circo. Te preparo una crítica desbordante, jocosa, irreverente y con mucho cachondeo. Abróchate el cinturón, porque esta novela es más larga que la lista de pecados de Rasputín.


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Crítica literaria gamberra y enloquecida de Los misterios de París

Si alguna vez pensaste que el folletín del siglo XIX era solo un entretenimiento ligero para burgueses aburridos, es porque no has catado Los misterios de París. Eugène Sue se marcó aquí un tocho que haría palidecer hasta a las páginas amarillas (cuando existían). No es una novela: es un culebrón intergaláctico disfrazado de denuncia social, un Netflix decimonónico con más episodios que “One Piece” y con más giros argumentales que una telenovela venezolana.

¿Que no la has leído? No te culpo. A estas alturas leerla entera es como intentar correr una maratón con chancletas: hay que tener fe, pulmones de acero y un termo de café intravenoso. Pero oye, vale la pena, porque esta joyita es la madre de todos los culebrones sociales.


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La historia: París, ciudad de las maravillas… y de las cloacas

La novela arranca metiéndonos de lleno en los bajos fondos parisinos, donde Sue nos restriega la mugre, el barro, el olor a cloaca y el humo de los tugurios con tal entusiasmo que casi te llega al salón de tu casa. Es como si hubiera querido decir: “Queridos lectores, París no es solo la Torre Eiffel… ah, no, espera, todavía no la han construido… bueno, da igual, la idea es que esta ciudad está más podrida que una sardina en agosto”.

Y en medio de todo este fango, aparece el Príncipe Rodolfo de Gerolstein. Sí, un príncipe extranjero que, en lugar de quedarse en su palacio acariciando perros falderos, decide ponerse la gabardina y jugar a Batman versión siglo XIX. Este Rodolfo es como un superhéroe de la beneficencia: salva prostitutas, rescata huérfanos, reforma delincuentes, da discursos sobre justicia social… y todavía le sobra tiempo para peinarse como galán de opereta.

La trama es un carrusel de desdichas:

Huérfanas que se pierden,

Madres que aparecen y desaparecen como si fueran magos,

Bandidos con motes que parecen sacados de un cómic (“el Escarbadientes”, “la Chouette”, “el Maestro de Escuela”),

Conspiraciones,

Secretos de identidad,

Y lágrimas, ¡lágrimas a cántaros!


Si la novela tuviera un lema, sería: “Llora y vencerás”.


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Los personajes: un zoológico humano

La galería de personajes es tan vasta que uno necesita un árbol genealógico tamaño mural para no perderse. Pero vamos a destacar a los más jugosos:

El Príncipe Rodolfo: versión filantrópica de James Bond mezclada con monje franciscano. Tiene dinero, poder, belleza y una misión: salvar a todo desgraciado que se cruce en su camino. Lo sorprendente es que nunca se queda sin monedas para repartir ni sin discursos moralistas para soltar. A veces uno sospecha que en vez de príncipe es una ONG andante.
 

Fleur-de-Marie (la Goualeuse): la pobre chica prostituida y angelical que canta como ruiseñor y llora como Magdalena. Representa la inocencia perdida y recuperada… o al menos eso intenta, porque la novela se encarga de zarandearla como si fuera un trapo. Es como la Barbie mártir de la literatura: siempre sufriendo, siempre pura, siempre trágica.

La Chouette (la Lechuza): vieja arpía tuerta y sádica que disfruta torturando a los débiles. Es tan malvada que hace que Cruella de Vil parezca una voluntaria de Greenpeace. Sue la pintó con tanto entusiasmo que casi se le nota el placer perverso describiendo sus fechorías.

El Maestro de Escuela: villano tuerto, salvaje y brutal, una especie de Hulk de la maldad, que habla poco pero pega mucho. Es tan plano como un ladrillo, pero eso sí: cuando aparece, la sangre y el barro vuelan.

El Escarbadientes: ¿Qué clase de mote es este? ¡El Escarbadientes! Parece sacado de un menú de taberna. Y aun así, se gana su lugar como uno de esos maleantes pintorescos que convierten la novela en una feria grotesca.

Los burgueses y ricachones: caricaturas vivientes que Sue no podía dejar de retratar con odio y sorna. El mensaje es claro: ricos = hipócritas repugnantes. Pobres = víctimas adorables.



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La trama: un culebrón social con esteroides

Si resumimos toda la historia, quedaría algo así:

1. Rodolfo baja a las cloacas de París como si fuera un turista en safari social.


2. Rescata a Fleur-de-Marie, que llora tanto que podría inundar media ciudad.


3. Aparecen villanos más exagerados que un villano de Disney.


4. Rodolfo se mete en líos, da discursos, descubre secretos, se saca de la manga conexiones familiares que nadie esperaba.


5. Al final, todos reciben lo suyo: los malos, castigo; los buenos, redención (más o menos); y los lectores, agujetas en los ojos de tanto leer.



La sensación es la de estar viendo una telenovela a cámara lenta pero con cliffhangers cada tres páginas. Si vivieras en el XIX, esperarías cada entrega en el periódico con el mismo ansia que hoy la gente espera el final de “Juego de Tronos” (aunque, seamos sinceros, Sue escribió un final bastante más coherente).


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El mensaje: París necesita un fontanero moral

Entre carcajada y lagrimón, Sue nos lanza la idea de que la sociedad está podrida desde las alcantarillas hasta los palacios. Los ricos son unos hipócritas egoístas, los pobres unas víctimas de un sistema cruel, y solo un príncipe filántropo extranjero puede poner orden. Vamos, lo que hoy llamaríamos una fantasía de “salvador blanco”, pero en versión aristocrática.

El mensaje es clarísimo: “Sed buenos, dad limosna, educad al pueblo, porque si no París se os viene abajo”. Eso sí, todo envuelto en intrigas tan inverosímiles que hasta los guionistas de telenovelas se habrían sonrojado.

Aún así, no podemos negar que la novela fue una bomba social: puso sobre la mesa la miseria de los barrios pobres, sacudió conciencias burguesas y se convirtió en modelo de toda una generación de literatura social, desde Galdós hasta Dickens.


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La conclusión: entre el sermón y la feria de monstruos

Terminas de leer Los misterios de París y sientes que has corrido una ultramaratón emocional. Por un lado, te has reído de la exageración folletinesca, de los villanos caricaturescos y de los discursos interminables de Rodolfo. Por otro, te queda la sensación de haber paseado por las cloacas más húmedas de la capital francesa y de haber visto un desfile grotesco de miseria, vicio y esperanza.

Eugène Sue se pasó de largo con la longitud (¡más de mil páginas!), pero el hombre sabía enganchar. Cada capítulo es una trampa mortal para el lector: “solo uno más”… y cuando te das cuenta, llevas trescientas páginas y el café ya se enfrió.

En resumen, Los misterios de París es un cóctel explosivo:

un poquito de Dickens,

un poquito de culebrón venezolano,

un poquito de Batman,

y litros y litros de lágrimas.



Si lo lees con humor, es una joya de lo ridículamente entretenido. Si lo lees en serio, es un tratado social disfrazado de novela loca. En ambos casos, sales ganando.


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Epílogo gamberro: ¿qué pasaría si Sue escribiera hoy?

Imagina “Los misterios de París” en pleno 2025:

Rodolfo sería un influencer filántropo con 10 millones de seguidores en Instagram, repartiendo croissants solidarios en directo.

Fleur-de-Marie tendría un canal de TikTok donde canta baladas trágicas mientras llora con filtro de mariposas.

La Chouette estaría dirigiendo un reality show sádico en streaming.

Y el Maestro de Escuela sería trending topic cada vez que rompiera un mueble en un bar.


¿El resultado? Exactamente lo mismo: un culebrón interminable que engancharía a todo el planeta. Porque, al fin y al cabo, el ser humano nunca deja de disfrutar con el drama ajeno.


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Palabras finales

Eugène Sue, sin saberlo, inventó el gran parque de atracciones de la miseria. Nos mostró París como un carnaval grotesco donde conviven santos y demonios, lágrimas y risas, cuchilladas y sermones. Su obra es excesiva, melodramática, inverosímil… pero también viva, eléctrica y divertida.

En definitiva: Los misterios de París es como ese buffet libre en el que te sirves de todo, acabas empachado, pero sales feliz. Es el culebrón supremo, la ópera magna del folletín, el circo ambulante de la literatura social. Y aunque hoy lo leamos con cierta sorna, no deja de tener un encanto irresistible: el de un autor que quiso cambiar el mundo… escribiendo como si estuviera montando una montaña rusa.

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  Los misterios de París (versión siglo XXI)

Capítulo I: El influencer justiciero

París no duerme. El tráfico ruge, los turistas posan y los alquileres asfixian. Pero en medio de tanto caos surge la figura de Rodolfo de Gerolstein, influencer filantrópico con 12 millones de suscriptores en YouTube y el lema: “Like por la justicia”.
Un día recibe un DM en Instagram:

—“Querido Rodolfo, mi vida es un tormento. Trabajo en un bar hipster donde me obligan a servir cafés con espuma en forma de unicornio. ¡Sálvame!”
—¿Unicornio? —murmura Rodolfo, ajustándose el aro de luz—. ¡Este es un misterio digno de mi canal!


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Capítulo II: Marie, la Goualeuse 2.0

Marie, conocida en TikTok como @LagrimitaOficial, canta baladas tristes con filtro de mariposas. Vive en un estudio de 12 metros cuadrados y su nevera solo contiene un yogur caducado y medio pepino.
Cuando Rodolfo llega, ella se lanza dramáticamente a sus brazos:
—¡Oh, Rodolfo! ¡Mi jefe me obliga a sonreír mientras sirvo cafés con leche de soja!
—Tranquila, hija mía —responde él—. Donde hay lágrimas… habrá Wi-Fi gratuito.


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Capítulo III: Los villanos del barrio

Pero el destino no se lo pondrá fácil. Tres siniestros personajes dominan la manzana:

La Chouette, la vecina cascarrabias del grupo de WhatsApp, que manda audios de 7 minutos denunciando olores “sospechosos”.

El Maestro de Escuela, exprofesor de mates, ahora troll profesional en Twitter. Nadie está a salvo de sus hilos kilométricos sobre “la decadencia moral de la juventud”.
 

El Escarbadientes, dueño de un kebab abierto 24/7 con menú “secreto” que nadie se atreve a preguntar.


Los tres conspiran para expulsar a Marie del barrio y construir un macro-centro comercial con parking de tres plantas.


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Capítulo IV: El discurso en streaming

Rodolfo convoca a todos en directo desde la plaza:
—¡París no es de los especuladores, sino del pueblo! ¡De los que aún saben lo que cuesta un croissant en la panadería de la esquina!

Marie lo apoya cantando una balada triste que hace llorar hasta a los patinetes eléctricos aparcados.

—“Grande Rodolfo, máquina, ídolo” —escriben los seguidores en el chat.


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Capítulo V: Justicia poética

El final llega con fuegos artificiales de absurdo:

El Maestro de Escuela es baneado de Twitter por usar 137 signos de exclamación en un solo tuit.

El Escarbadientes reconvierte su local en restaurante vegano con estrella Michelin.

La Chouette acepta la paz a cambio de fibra óptica gratis y café descafeinado vitalicio.


Marie firma un contrato discográfico, Rodolfo gana 3 millones de suscriptores y París suspira de alivio.
 

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Epílogo

Con la Torre Eiffel brillando al fondo, Rodolfo sonríe a cámara:
—Amigos, recordad: los misterios de París nunca se acaban… ¡pero con un buen like, todo se soluciona!

Y así, entre croissants solidarios y vídeos virales, la ciudad de la luz sigue siendo un culebrón eterno.

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