ROB ROY

ROB ROY





Si Rob Roy fuera una película de Hollywood, tendría explosiones, espadas refulgentes y al menos tres escenas en cámara lenta con algún escocés pelirrojo gritando "¡Libertaaaad!". Pero no, amigos míos, Rob Roy es un novelón del siglo XIX, escrito por Walter Scott, el padre del "Voy a meter Historia en mi ficción y les va a gustar". Y vaya si le gustó a la gente: este libro tiene más aventuras que una convención de piratas y más giros de trama que una telenovela venezolana.

¿De qué va la cosa?

Nuestra historia comienza con Frank Osbaldistone, un joven inglés que, por negarse a entrar en el negocio familiar (porque, claro, quién querría un futuro asegurado cuando puedes meterte en líos con bandidos escoceses), es enviado a la casa de su tío. Allí conoce a su primo Rashleigh, que es el típico villano de bigote retorcido aunque no lo lleve, y a Diana Vernon, una dama fuerte e inteligente que claramente es demasiado lista para todos los hombres que la rodean.

Pero la trama no se queda en la tranquila campiña inglesa, no señor. Pronto Frank se ve envuelto en una serie de enredos que lo llevan a las Tierras Altas de Escocia, donde conocerá al legendario Rob Roy MacGregor, un bandolero con código de honor, una cuenta pendiente con media Escocia y más carisma que muchos protagonistas de novelas románticas. Lo que sigue es un desfile de traiciones, luchas, huidas, secuestros, duelos verbales y un montón de paisajes escoceses que parecen gritar "¡Ven a turistear, pero trae una espada!".

Los Personajes: un circo de lo mejorcito

Frank Osbaldistone: El protagonista con menos protagonismo de la historia. Se supone que es el héroe, pero a menudo parece estar ahí solo para que la trama avance. Más que un hombre de acción, es un espectador premium de la historia de los demás.

Rob Roy MacGregor: El verdadero protagonista. ¿Que la novela lleva su nombre? Por algo será. Es un Robin Hood escocés, pero sin la manía de regalar todo su botín. Es valiente, astuto y tiene una barba que seguro que podría derrotar a un ejército por sí sola.

Diana Vernon: Un milagro de personaje femenino en la literatura del siglo XIX. Inteligente, valiente y con una lengua afilada como una daga. Es el tipo de mujer que, si existiera en la vida real, los hombres tendrían miedo de cortejar porque los haría sentirse como niños torpes.


Rashleigh Osbaldistone: Un villano de manual. No tiene una risa malvada, pero seguro la practica frente al espejo. Ambicioso, manipulador y tan traicionero que podría hacer que Maquiavelo tomara notas.

Baillie Nicol Jarvie: Un comerciante de Glasgow que no pidió verse envuelto en líos, pero aquí está. Su combinación de avaricia y buen corazón lo convierte en un personaje maravillosamente divertido.

La Trama: "Corre, Frank, Corre"

Si hay algo que Scott sabía hacer bien, era darle dinamismo a la narración. Aquí nadie se sienta tranquilamente a tomar el té: la acción es constante. Frank se ve obligado a huir de enemigos, encontrarse con Rob Roy, ser testigo de peleas y salvarse por los pelos en múltiples ocasiones.

Las Tierras Altas de Escocia no son solo un escenario; son un personaje más, llenas de niebla, castillos en ruinas, pasadizos secretos y hombres con falda dispuestos a patearte el trasero si insultas su clan. Hay traiciones políticas, enfrentamientos de clanes y toda una muestra del caos de la época. Scott nos vende Escocia como un lugar exótico y peligroso, el tipo de sitio que un turista británico del siglo XIX miraría con fascinación antes de recordar que no quiere que lo roben y seguiría de largo.

El Mensaje: "La política es un desastre, pero qué bien luce en una novela"

Walter Scott no escribía solo para entretener. Tenía su corazoncito de historiador y Rob Roy es una excusa perfecta para hablarnos de la inestabilidad política de Escocia en el siglo XVIII. Los conflictos entre jacobitas y el gobierno inglés están presentes en toda la novela, recordándonos que la política es como un juego de sillas musicales, pero con más cuchillos y menos reglas.

También tenemos el clásico mensaje de "la nobleza de espíritu no depende de tu cuna". Rob Roy es un forajido, pero es más honorable que la mitad de los nobles de la historia. Rashleigh, en cambio, es un aristócrata pero tiene la ética de un mapache ladrón de comida. Y luego está Diana Vernon, que demuestra que la inteligencia y la independencia pueden ser más atractivas que cualquier título nobiliario.

Conclusión: ¿Vale la pena leer Rob Roy?

¡Por supuesto! Pero hay que ir con la actitud correcta. Rob Roy no es una novela ligera de aventuras: es un novelón con descripciones kilométricas, diálogos grandilocuentes y momentos en los que parece que Walter Scott se olvidó de que debía llegar a un punto. Pero si superas eso, encontrarás una historia llena de personajes memorables, momentos épicos y suficiente drama escocés como para llenar una serie de Netflix de cinco temporadas.

Así que si te gusta la historia, la aventura y los escoceses con faldas pateando traseros, Rob Roy es para ti. Y si no, al menos habrás aprendido a no confiar en primos con nombres raros como Rashleigh. Nunca traen nada bueno.

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En el siglo XXI, Rob Roy MacGregor no es un bandolero de las Tierras Altas de Escocia, sino el líder de una banda de influencers rebeldes que luchan contra la dictadura del marketing digital. Su lema: "¡Libertad para los contenidos auténticos!". Su campo de batalla: las redes sociales. Su enemigo mortal: Rashleigh Osbaldistone, CEO de Osbaldistone Corp, una megacorporación que convierte a la gente en esclavos del algoritmo.

Todo comenzó cuando Frank Osbaldistone, un joven con la cara de alguien que ha visto demasiados tutoriales de autoayuda, decidió que no quería seguir los pasos de su padre y trabajar en la empresa familiar. Su padre, indignado, lo mandó al peor destino posible: Escocia. No a la Escocia turística de castillos bonitos y gaitas, sino a un pueblo perdido en las montañas donde la única conexión a internet era un router con voluntad propia.

Allí conoció a Diana Vernon, una activista digital con más carisma que sentido común, que dedicaba su vida a boicotear las fake news y las dietas milagrosas. "Si los de Osbaldistone Corp ganan, el mundo estará lleno de 'gurús del éxito' que comen aire y venden cursos por mil euros", le dijo con la mirada encendida.

Frank, que hasta ese momento solo había combatido en hilos de Twitter, se encontró de repente metido en una guerra clandestina contra la corporación de su propio primo. Y fue entonces cuando conoció a Rob Roy, un tipo con barba de leñador, gafas de sol y un jersey de lana hecho a mano por su abuela. Rob no vendía cursos ni promocionaba cremas para la calvicie; él robaba cuentas falsas, saboteaba campañas de publicidad engañosa y hackeaba algoritmos para que los vídeos de gatitos volvieran a dominar internet.

"Este mundo está dominado por las multinacionales del clic fácil, Frank. Pero nosotros luchamos por el contenido genuino", le dijo Rob, mientras saboteaba un anuncio de "Hazte millonario en 3 días con dropshipping".

Lo que siguió fue una serie de ataques cibernéticos dignos de una película de acción: Rashleigh lanzando un ejército de bots para desprestigiarlos, Rob Roy y su equipo filtrando los oscuros secretos de Osbaldistone Corp, y Diana organizando una revuelta de TikTokers para exponer a los influencers falsos. Finalmente, Rashleigh fue derrotado cuando se descubrió que todos sus seguidores eran comprados y que en realidad solo tenía tres fans: su madre, su abuela y un bot ruso llamado Vladislav89.

Frank decidió que su destino no estaba en las oficinas de una megacorporación, sino en la resistencia digital. Y así, bajo la bandera de la autenticidad y los memes de calidad, se unió a la cruzada de Rob Roy, el último bandolero de internet.


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