AVATAR

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Crítica enloquecida de Avatar de Théophile Gautier: Cuerpos prestados, almas despistadas y amor con dopaje

¡Ah, Avatar! No, no la de los pitufos espaciales, sino la novela de Théophile Gautier, ese caballero decimonónico que, entre copa y copa de absenta, decidió regalarnos una historia donde las almas cambian de cuerpo con la misma facilidad con la que hoy cambiamos de avatar en redes sociales. ¡Y menudo desmadre sale de ahí!

Trama: O cómo perder la cabeza (y el cuerpo) en nombre del amor

Octave de Saville, nuestro protagonista, es un hombre tan enamorado de Prascovia Labinski que probablemente tenga su retrato bordado en la almohada. Pero hay un problema: Prascovia está casada con el conde Olaf Labinski, un caballero rubio, fornido y con toda la elegancia de un armario ropero de caoba rusa. Octave, que es más bien un desgraciado romántico con la fortaleza de un macarrón hervido, decide que si no puede conquistarla con su encanto, lo hará con un buen golpe de magia negra.

Aquí entra en escena el médico Balthazar Cherbonneau, que no es un simple curandero, sino un chamán reciclado, con acceso a secretos médicos que harían sudar a cualquier ético del siglo XXI. Tras unas cuantas pociones mágicas y susurros esotéricos dignos de una sección de autoayuda paranormal, consigue lo impensable: el alma de Octave se mete en el cuerpo de Olaf y viceversa. ¡Bingo! Nuestro protagonista ahora es un musculoso conde ruso y tiene a Prascovia en bandeja de plata.


Pero claro, cambiar de cuerpo no significa cambiar de cerebro, y aquí viene el lío. Porque Octave, con toda su torpeza de intelectual enclenque, no tiene ni idea de cómo manejar la vida de un noble ruso. Mientras tanto, el auténtico conde Olaf, atrapado en el cuerpo de un infeliz poeta suspirón, descubre con horror que nadie le toma en serio y que su querida esposa se siente atraída por ese "nuevo" marido que parece haber aprendido a amar con pasmosa facilidad.

Y aquí es donde la historia se dispara a niveles de enredo shakespeariano con dosis de delirio: Prascovia no entiende cómo su esposo de repente se ha convertido en un poeta apasionado, el verdadero Olaf está que trina y Octave descubre que tener el cuerpo de un hombre fuerte no significa que sepas ser uno. ¡Caos absoluto!

Personajes: Una comedia de identidades trocadas

Octave de Saville: Un hombre que lleva el concepto de "hombre enamorado" al extremo. Es un romanticón empedernido que no se da cuenta de que el amor no se trata de robar cuerpos ajenos, sino de aprender a seducir con los propios encantos.

Prascovia Labinski: La bella y cándida esposa de Olaf, que se encuentra, sin saberlo, atrapada en un enredo sobrenatural digno de telenovela venezolana.


Conde Olaf Labinski: Un hombre fuerte, orgulloso y seguro de sí mismo, que de repente se ve convertido en un enclenque poeta desdichado. Su vida se convierte en una pesadilla digna de Kafka.

Balthazar Cherbonneau: Un doctor mágico, un alquimista sin escrúpulos, una especie de mago Dumbledore del mercado negro que, con una pocioncita aquí y allá, desbarajusta las vidas de los protagonistas.


La magia y el peso del alma

Uno de los detalles más curiosos de Avatar es que Gautier, en un arrebato de precisión esotérica, menciona que el alma pesa exactamente trece gramos. Trece. Como un buen trozo de chocolate o una cucharada de azúcar. O sea, que con un estornudo fuerte podría escaparse del cuerpo. Imagínate la cantidad de almas flotantes en cualquier consulta de gripe.

Mensaje: El amor no se roba (ni se cambia de cuerpo)

Más allá de la locura del argumento, Avatar tiene un mensaje claro: no puedes forzar el amor ni engañarlo con trucos baratos. Octave cree que, al ocupar el cuerpo de Olaf, conseguirá el corazón de Prascovia, pero la realidad es que el amor va mucho más allá de la física. La esencia de cada uno es lo que importa. Gautier, con su ironía habitual, nos muestra que, por muy sofisticados que sean los trucos, el amor tiene sus propias leyes y no se deja manipular fácilmente.


Conclusión: Cuerpos ajenos, problemas propios

Avatar es una novela que, bajo su apariencia de relato sobrenatural, nos deja con una lección clara: la identidad es intransferible. No importa qué tan fuerte sea tu deseo, robar otro cuerpo no hará que consigas la vida que quieres.

La historia, aunque repleta de enredos y momentos de carcajada garantizada, también tiene un trasfondo filosófico interesante: si pudieras cambiar de cuerpo, ¡realmente serías otra persona o solo el mismo desastre en un envase diferente?

En definitiva, Gautier nos ofrece un relato que mezcla romance, fantasía, humor y una pizca de locura, convirtiéndolo en una obra deliciosa para quienes disfrutan de los enredos literarios. Y por favor, si alguien ofrece cambiarte el alma de cuerpo, piénsalo dos veces... ¡podrías terminar peor de lo que empezaste!

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          AVATAR MODERNO 

 Cuerpos prestados, almas confundidas y un desmadre monumental

Octavio Sanz estaba enamorado hasta las trancas de Priscila Laborda, influencer de belleza, reina de TikTok y diosa del maquillaje contouring. Pero, claro, la perfección no venía sola: Priscila estaba casada con Oliver Laborda, un empresario fitness con tableta de chocolate y seguidores que lo idolatraban por sus abdominales y frases de autoayuda tipo: "El éxito es una mentalidad, bro".

Desesperado y convencido de que lo único que le impedía conquistar a Priscila era su cuerpo de programador sedentario, Octavio recurrió a su amigo Baltasar "El Chamán", un supuesto coach holístico que había aprendido hipnosis en YouTube y revendía cuarzos energéticos a precios ridículos. "¿Quieres conquistarla? Fácil: intercambio de almas. Un chasquido y estarás en el cuerpazo de Oliver".

Octavio, enceguecido por el amor y con la lógica de un pez dorado, aceptó. Con un ritual que parecía sacado de un tutorial de "brujería para principiantes", el chamán le voló el alma y pum: Octavio despertó en el cuerpo bronceado de Oliver. ¡Milagro! Músculos, pectorales, una sonrisa blanca nuclear y una agenda repleta de sesiones de yoga al amanecer. ¡Era un influencer fitness!


Pero pronto se dio cuenta de que ser Oliver no era tan fácil. Priscila esperaba que hablara de "manifestar energías positivas", que hiciera acrobacias imposibles en la playa y que se supiera de memoria la dieta keto. En una cena en vivo con patrocinadores, le preguntaron por su régimen y Octavio, sin filtro, respondió: "Eh... pido comida china y me echo una siesta". ¡Escándalo!

Mientras tanto, el verdadero Oliver, atrapado en el cuerpo de Octavio, entró en pánico al ver su reflejo sin ni un solo abdominal. Intentó hacer una plancha y casi se disloca un hombro. Peor aún, descubrió que su trabajo consistía en programar bases de datos. "¡Esto no es vida!", gritó, tras tres horas intentando entender un bug informatico en JavaScript.

El caos duró hasta que ambos rogaron al chamán que los devolviera a sus cuerpos. "Bueno, pero esta vez cobro extra". Tras un chasquido, volvieron a la normalidad. Octavio aprendió que el amor no se gana con un six-pack, y Oliver dejó de juzgar a los que almorzaban pizza. Y el chamán, feliz con su nuevo reloj de marca, se fue a vender amuletos a Instagram.

Moraleja: si quieres conquistar a alguien, mejor aprende a ser tú mismo. O al menos, aprende a programar sin llorar.


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