PAPÁ GORIOT

PAPÁ GORIOT





Papá Goriot: O cómo fracasar en la paternidad con honores y llanto

En el mágico y mugriento París de Honoré de Balzac, donde los sueños de grandeza huelen a sopa rancia y la ambición es más resbaladiza que un adoquín mojado, nos encontramos con una de las historias más deprimentemente gloriosas de la literatura: Papá Goriot. Un desfile de hipocresía, codicia, lágrimas y harapos envueltos en un moño de drama familiar que haría que cualquier telenovela de sobremesa se sintiera sosa.

Una pensión que da para todo (menos para ser feliz)

La historia se cuece en la pensión Vauquer, un antro que debería estar declarado monumento a la tristeza. Su dueña, la viuda Vauquer, es la clásica casera que haría llorar a cualquier inquilino con sus regateos y sopas dudosas. Allí vive el protagonista absoluto del culebrón: Jean-Joachim Goriot, alias Papá Goriot, un viejo que tiene la desgracia de ser más bueno que un pan de molde y más manipulable que una plastilina al sol.

Goriot lo tenía todo: una vida próspera, dinero a raudales y dos hijas a las que adoraba hasta el delirio. Pero, como en cualquier historia donde un padre ama demasiado a sus hijos, la cosa sale mal. Muy mal. Porque esas hijas suyas, en lugar de devolverle el cariño, le exprimen hasta dejarlo seco, como si fuera un limón en una limonada de lujo para sus fiestas aristocráticas.

En la pensión, además, ronda Eugène de Rastignac, un estudiante de provincias con más sueños de grandeza que sentido común. Su meta en la vida es escalar socialmente a cualquier costo, y cuando descubre que la clave es meterse en el mundo de la alta sociedad parisina, se lanza a ello como un tiburón hambriento. Y, claro, para eso necesita contactos. ¿Y quién mejor que Papá Goriot, cuya hija, Delphine, tiene un pie en la aristocracia y el otro en la ruina?

Por si fuera poco, aparece un tercer elemento en la ecuación: Vautrin, un tipo misterioso con pinta de saber demasiadas cosas turbias y una afición por moldear el destino de los demás con la sutileza de un elefante en una cacharrería. Su plan para Rastignac es sencillo: deja de soñar con escalar honestamente y métete en el lado oscuro de la fuerza, donde hay más dinero, menos escrúpulos y muchas más posibilidades de éxito.


Padres que dan todo, hijas que lo toman todo

La gran tragedia de la novela es la relación de Papá Goriot con sus hijas, Delphine y Anastasie, dos joyitas que solo lo recuerdan cuando necesitan billetes. En la escala de ingratas de la literatura, estas dos ocupan el podio con una medalla de oro. Para ellas, su padre no es un hombre, es un cajero automático con patas.

Papá Goriot, con una ceguera emocional que roza lo suicida, sigue adorándolas, vendiendo lo que le queda, privándose de todo para seguir dándoles una vida de lujos. Mientras tanto, ellas apenas le conceden unas migajas de cariño, y solo cuando tienen que sacarle hasta el último franco.

Pero como el karma en la literatura es lento pero seguro, el destino le tiene preparada a Goriot una despedida que ni el mejor guionista de drama podría haber imaginado. Enfermo, solo y arruinado, su final es una de las muertes más desgarradoras y tristes jamás escritas. Pide ver a sus hijas una última vez… y, sorpresa, ninguna aparece. Están demasiado ocupadas con sus asuntos de alta sociedad para molestarse en despedirse del hombre que les dio todo.

El momento en que Goriot muere, balbuceando los nombres de esas arpías con amor ciego, mientras Rastignac lo acompaña en su agonía, es tan trágico que hasta el lector más insensible siente el peso de la injusticia. Y como colofón final, la muerte del buen hombre es seguida de un entierro miserable, con un ataúd barato y sin honores. Lo dicho: un final indigno para un amor incondicional.

Rastignac, o cómo la vida sigue (y el cinismo también)

Pero la novela no acaba con la muerte de Papá Goriot, porque Balzac es un genio y sabía que el verdadero golpe de efecto viene después. Rastignac, tras ver la triste realidad del destino de su benefactor, no se queda llorando en una esquina. En cambio, se pone su mejor cara de "pues vaya", mira la ciudad de París y lanza un desafío: "¡Ahora es entre tú y yo!"

¿Qué significa esto? Que ha aprendido la lección. Si quiere sobrevivir en este mundo de hienas, tiene que jugar como ellas. Así que, en lugar de deprimirse, ajusta su chaqueta, afila su ambición y se lanza a la jungla social con más ganas que nunca. El mundo puede ser cruel, pero él está dispuesto a morder antes de ser mordido.


El mensaje de la novela: la ternura no paga las facturas

Si hay algo que Papá Goriot nos enseña, es que el amor incondicional es hermoso… y potencialmente desastroso. Balzac nos mete un puñetazo de realidad en la cara: la sociedad es despiadada, la familia no siempre es un refugio y el dinero mueve más montañas que la fe.

Papá Goriot es un héroe trágico porque cree que el amor y el sacrificio serán recompensados. Rastignac es el pragmático que aprende que, si quieres algo en esta vida, más vale que lo tomes tú mismo. Y Vautrin… bueno, Vautrin es el tío que ya sabía todo esto desde el principio y simplemente observa con una sonrisita mientras los demás sufren.

Conclusión: una novela que deja huella (y depresión leve)

Papá Goriot es una obra maestra porque, detrás de su historia aparentemente sencilla, esconde una disección brutal de la sociedad y la naturaleza humana. Balzac no nos deja espacio para la esperanza: el amor paternal puede ser una trampa, la lealtad no siempre es recompensada y la ambición es la única moneda válida en el mundo real.

Pero, a pesar de todo, hay algo extrañamente hermoso en esta historia de miserias. Quizás sea el sacrificio de Goriot, tan inútil como conmovedor. O quizás sea la determinación final de Rastignac, que, pese a todo, sigue adelante. O simplemente el hecho de que Balzac, con su pluma afilada como un bisturí, nos regala un retrato de la vida que, aunque duela, es imposible dejar de mirar.

Así que, si alguna vez sientes que das demasiado y recibes muy poco, piensa en Papá Goriot y repite contigo mismo: "Al menos no me han desplumado como a este pobre hombre". Porque, créeme, siempre podría ser peor.

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 Papá Goriot 2.0: El Sugar Daddy Arruinado

En una pensión de mala muerte en pleno centro, con las paredes desconchadas y un aroma a fideos instantáneos y sueños rotos, vivía don Goriot. No era viejo, pero la vida lo había pasado por encima como una aplanadora. Antes, había sido un empresario exitoso con una cadena de panaderías "Goriot’s Baguettes", pero ahora, tras financiar el tren de vida de sus hijas, vivía entre influencers fracasados, estudiantes en bancarrota y un tipo que aseguraba ser un trader de criptomonedas pero que siempre pedía prestado para el café.

Junto a él estaba su compañero de desgracia, Raúl Rastignac, un universitario de provincia con más deudas que neuronas, que soñaba con ser un magnate de la tecnología, pero cuya única startup era un perfil de TikTok donde subía vídeos motivacionales con frases robadas de Paulo Coelho.

Y luego estaba el tercero en discordia: Valentín Vautrin, un exestafador reconvertido en coach de inversiones dudosas. "El mundo es de los tiburones, chaval", le decía a Rastignac mientras comía pizza fría. "O comes o te comen".



Papá Goriot: El cajero automático humano

El problema de Goriot era simple: amaba demasiado a sus hijas, pero ellas lo amaban solo hasta que su cuenta bancaria entraba en números rojos. Delfina y Anastasia, dos reinas del Instagram y la vida de lujo, lo habían exprimido con la destreza de dos expertas cazafortunas.

—Papi, necesito el último iPhone, el otro ya tiene tres meses y es una antigüedad. ¡No puedo salir en redes con eso! —lloriqueaba Delfina.

—Papi, me invitaron a un festival en Ibiza, pero necesito 5.000 euros. ¡No puedes dejar que tu princesa viaje en clase turista como una cualquiera! —suplicaba Anastasia, con una carita de pena que podría derretir el hielo, pero no las deudas del pobre Goriot.

Y él, tierno como un pan recién horneado, decía que sí. Vendió su coche, luego su reloj, luego hasta su cama (se quedó con un colchón inflable). Hasta que un día, su cuenta quedó en ceros y las llamadas de sus hijas se volvieron tan escasas como un billete de 500 euros.

El drama final (y un entierro low-cost)

—Pero… ¿y mis hijas? —balbuceaba Goriot, enfermo, en su colchón inflable.

—Están ocupadas en un crucero, pero dijeron que te mandaban un WhatsApp —murmuró Rastignac con cara de funeral.

Y así, Goriot se fue al otro barrio con el móvil en la mano, esperando un mensaje que nunca llegó. Su funeral fue tan cutre que el cura se lo tomó como un favor personal. Rastignac, mirando el horizonte de la ciudad, apretó los puños y susurró:

—¡París, ahora es entre tú y yo!

Acto seguido, abrió OnlyFans.


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