LOS TRES MOSQUETEROS

 LOS TRES MOSQUETEROS 


 


 Prepárate para un viaje desenfrenado lleno de espadachines teatrales, duelos a la menor provocación y una cantidad ridícula de conspiraciones que harían temblar a cualquier telenovela. Voy a prepararte una crítica literaria de Los Tres Mosqueteros como se merece: con capas al viento, bigotes rizados y litros de vino derramado en tabernas sospechosas.

Me ajusto el sombrero de mosquetero y afilo la pluma. En un momento te traigo una crítica tan épica como un duelo en el Louvre. ¡Voy con ello!

Los Tres Mosqueteros: O cómo sobrevivir en el siglo XVII con estilo, espada y descaro

Si crees que la amistad verdadera solo existe en los discursos motivacionales o en las películas de Pixar, prepárate para recibir un estoque directo al corazón (simbólicamente, claro). Los tres mosqueteros es la prueba de que la hermandad puede florecer incluso entre tipos con un preocupante nivel de afición por el duelo, el vino y las intrigas políticas.

Esta obra de Alejandro Dumas no es solo un libro de aventuras: es un torbellino de espadas, capas al viento y planes que harían sudar a cualquier guionista de películas de acción. Con una mezcla de humor, épica y personajes más grandes que la vida, Dumas nos lleva de la mano a una Francia donde la gente resuelve cualquier desacuerdo a sablazo limpio y donde tener un bigote rimbombante es casi tan importante como saber manejar la espada.

Trama: Un joven con más orgullo que dinero y menos sentido común que valentía

El joven gascón D’Artagnan, que tiene el autoestima por las nubes y el bolsillo lleno de telarañas, abandona su pueblo con un único propósito: convertirse en mosquetero del rey. Su padre le da tres consejos cruciales:

1. No pelees con cualquiera.


2. No te metas con mujeres casadas.


3. Golpea primero, pregunta después.



D’Artagnan decide ignorarlos todos en los primeros cinco minutos de historia.

Apenas llega a París, entra en conflicto con tres misteriosos mosqueteros: Athos (el melancólico con un oscuro pasado y un hígado a prueba de balas), Porthos (el musculoso fanfarrón con una habilidad especial para encontrar banquetes gratuitos) y Aramis (el galán religioso que dice querer ser cura, pero no deja de coquetear). Por una serie de infortunios y una sincronización cómica digna de un teatro de enredos, D’Artagnan termina desafiando a los tres a duelo… el mismo día, a la misma hora.

Cuando están a punto de convertirlo en un colador, aparecen los guardias del cardenal Richelieu, su enemigo común, y los cuatro unen fuerzas en un épico combate. Resultado: los mosqueteros lo adoptan como su nuevo mejor amigo y lo incluyen en su lema inmortal: “¡Uno para todos y todos para uno!” (frase que, si existieran los derechos de autor en el siglo XVII, habría convertido a Dumas en millonario).




A partir de aquí, la historia se convierte en un torbellino de conspiraciones, amores prohibidos, duelos, rescates y escenas que harían que cualquier director de cine de acción se sintiera acomplejado.

Personajes: Carismáticos, caóticos y con un serio problema de manejo de la ira

D’Artagnan: Un joven con la confianza de alguien que cree que puede vencer a todo el mundo, aunque su principal estrategia de batalla es lanzarse sin pensar y ver qué pasa. Pese a su tendencia a la imprudencia, resulta ser increíblemente hábil con la espada, el engaño y el arte de meterse en líos.

Athos: El emocional. Misterioso, trágico y con una habilidad especial para beber y citar filosofía con la misma facilidad con la que despacha enemigos. Su pasado es más enrevesado que una telenovela turca, pero su lealtad es inquebrantable.

Porthos: Un gigantón con músculos y ego a partes iguales. Su filosofía de vida es simple: si hay una pelea, que sea con estilo; si hay una comida, que sea abundante; si hay una mujer, que sea rica.

Aramis: El Casanova con vocación de monje (o eso dice él). Alterna entre ser un conquistador empedernido y un devoto religioso, pero nunca pierde la oportunidad de demostrar que puede recitar latín mientras esgrime su espada.

Cardenal Richelieu: El villano de opereta por excelencia. Astuto, maquiavélico y siempre dos pasos por delante, dirige las intrigas políticas como si fuera un director de cine con el casting perfecto para el drama.

Milady de Winter: La mujer fatal definitiva. Manipuladora, seductora y con una capacidad para el crimen que haría que cualquier espía profesional se sintiera amateur. Si un personaje necesita morir misteriosamente, Milady ya tiene el veneno listo.





Las grandes aventuras: Drama, conspiraciones y un collar muy problemático

Si pensabas que el trabajo de un mosquetero era solo hacer guardia en palacio y verse elegante, Los tres mosqueteros demuestra que también incluye misiones de espionaje, viajes clandestinos y salvar el honor de una reina.

Uno de los conflictos centrales de la historia es el problema de la reina Ana de Austria, que ha cometido el error de regalar un collar de diamantes (un presente de su esposo, el rey Luis XIII) a su amante, el duque de Buckingham. Cuando el astuto Richelieu planea exponerla, D’Artagnan y los mosqueteros se embarcan en una misión suicida para recuperar las joyas antes de que el escándalo estalle. ¿Cómo logran sobrevivir a esta locura? A base de pura audacia, algo de suerte y muchas, muchas peleas.

Mientras tanto, Milady de Winter sigue dejando un rastro de víctimas, venganzas y cartas envenenadas por donde pasa. Cuando Athos revela que en realidad fue su marido (¡sorpresa!), todo se convierte en un drama aún mayor. La venganza se sirve fría, pero en este libro se sirve con espadas, traiciones y un juicio sumario que deja a Milady sin escapatoria.

Mensaje: ¿Y qué hemos aprendido de todo esto?

Los tres mosqueteros no es solo un festín de aventuras, sino también una oda a la amistad, la lealtad y el sentido del deber (aunque con una dosis importante de caos). La historia nos enseña que:

1. Los amigos son esenciales, especialmente si saben pelear y tienen buen sentido del humor.


2. La vida en la corte es básicamente un culebrón con espadas.


3. Si un cardenal te odia, más te vale saber correr.


4. Las mujeres fatales pueden ser más peligrosas que un ejército.


5. La frase “Uno para todos y todos para uno” es un contrato de vida, no solo una frase bonita.




Conclusión: Un libro que sigue siendo una joya (con más aventuras que lógica)

Pocas novelas han envejecido con tanto encanto como Los tres mosqueteros. Su mezcla de humor, acción y personajes inolvidables sigue conquistando a lectores de todas las épocas. Dumas logró convertir la historia de unos soldados de élite en una epopeya vibrante y llena de diversión.

Si te gustan las historias donde la amistad es más fuerte que la intriga, donde los villanos son espectaculares y donde la espada se usa más que el sentido común, entonces este libro es para ti. Y si no te gusta, bueno… siempre puedes batirte en duelo con el primer mosquetero que encuentres.

¡Uno para todos y todos para uno!





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 Los tres mosqueteros… pero en el siglo XXI

D’Artagnan llegó a Madrid en un Blablacar. Había salido de su pueblo con una mochila, tres euros en el bolsillo y un sueño: convertirse en mosquetero. Pero no en uno de esos de capa y espada, no. Él quería entrar en la prestigiosa "Hermandad de otección Mosquetera", una empresa de guardaespaldas con mucha fama en Instagram y sede en la Gran Vía.

Pero la gran ciudad no es un lugar amable para un paleto con ínfulas. Nada más bajar del coche, un tipo le robó la maleta, una señora lo atropelló con un patinete eléctrico y un camarero le cobró 7 euros por un café. Bienvenido a la jungla, D’Artagnan.

Aún así, no se dejó amedrentar. Con su currículum (donde exageró bastante su experiencia en "artes marciales" tras dos meses de judo en el polideportivo de su pueblo) y su móvil con la batería al 3%, llegó al edificio de la Hermandad. Allí, sin querer, tropezó con tres hombres. Y los tres quisieron matarlo.

El primero, Athos, era un hombre elegante con pinta de haber dormido dentro de un barril de whisky. Le miró con desprecio y le dijo:
—Has pisado mi gabardina, campesino. Exijo un duelo.

El segundo, Porthos, un armario empotrado con gafas de sol y una chaqueta con el logo de la Hermandad, lo señaló con una mano del tamaño de un jamón.
—Me has empujado y he derramado mi batido de proteínas. Duelo.

El tercero, Aramis, un influencer de mirada intensa y bíceps aceitados, revisó su reflejo en la pantalla de su móvil y dijo:
—No me has seguido en Instagram. Duelo.

D’Artagnan, que había visto demasiadas películas de acción, aceptó los desafíos con la misma confianza con la que un gato salta a una repisa inalcanzable. Resultado: en vez de matarse, terminaron en un bar bebiendo cerveza y comiendo bravas.

—Me caes bien, chaval —dijo Porthos, ya en su tercera caña—. ¿Qué haces en Madrid?

—Quiero ser mosquetero —dijo D’Artagnan con solemnidad.




Los tres se miraron. Luego se encogieron de hombros.

—Bah, te enchufamos en la Hermandad —dijo Aramis—. Total, Richelieu contrata a cualquiera.

¿Richelieu? Oh, sí. Resulta que el CEO de la empresa era un tipo misterioso y maquiavélico, con un despacho lleno de libros antiguos y un equipo de asistentes que parecían agentes secretos. Y tenía un problema: su mayor rival, Milady de Winter, estaba intentando sabotear la empresa.

Milady, una ex-influencer con una cantidad sospechosa de identidades falsas, había infiltrado a una espía en la Hermandad. D’Artagnan, que en el pueblo había sido campeón de chismorreo, descubrió todo cuando Milady intentó engañarlo en una cita de Tinder.

El enfrentamiento final fue en un club nocturno, donde Milady casi lo deja KO con un martini adulterado, pero Athos (su ex, porque claro que lo era) la reconoció y la desenmascaró. Escándalo en las redes.

¿Final feliz? Bueno, D’Artagnan consiguió trabajo, los mosqueteros ganaron seguidores y Richelieu subió los precios de sus servicios.

Uno para todos y todos para la nómina.




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