LA MANO DEL MUERTO
LA MANO DEL MUERTO
¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí? ¡Una secuela del Conde de Montecristo! Sí, señoras y señores, porque si algo nos ha enseñado la literatura es que la venganza nunca es suficiente y siempre hay espacio para más puñaladas traperas. Hoy nos adentramos en La mano del muerto, la continuación de El Conde de Montecristo, y lo haremos con todo el cachondeo, irreverencia y mala baba que merece esta olvidada secuela.
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¿Qué demonios es La mano del muerto?
Imaginen que alguien coge El Conde de Montecristo, lo sacude bien fuerte para ver si le quedan más monedas en los bolsillos, y decide que Edmundo Dantés todavía no ha sufrido lo suficiente ni ha repartido la suficiente venganza. Pues eso es La mano del muerto, una novela publicada en 1863, atribuida a un tal Jules Lermina, que se montó una fanfiction antes de que el término existiera.
Dumas, el original, ya se había despedido de la historia, pero alguien pensó: "¿Y si metemos más conspiraciones, más identidades secretas y más desgracias?". Porque, claro, un solo libro de mil páginas no era suficiente.
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¿De qué va el tinglado?
Si en la primera parte Edmundo Dantés se vengaba de todos los miserables que le arruinaron la vida, aquí las cosas se complican. Para empezar, Montecristo no puede tener un minuto de paz ni aunque se retire a una isla desierta con un cóctel en la mano. No, señor. Ahora aparece un nuevo villano, tan malvado como un gato con un plan maestro: un tipo misterioso que firma sus amenazas como "La mano del muerto".
¿Y quién es este fulano? Pues alguien con más ganas de fastidiar a Montecristo que un crítico de cine con una película de serie B. En esta novela, los secretos siguen saltando como palomitas de maíz, y nuestro Conde tiene que deshacer más enredos que un telenovela turca de 300 capítulos.
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Los personajes: o cómo complicarse la vida innecesariamente
Aquí tenemos un carrusel de personajes nuevos que vienen a darle más quebraderos de cabeza al pobre Montecristo. Porque si creías que después de mandar al demonio a Villefort, Danglars y Fernand podía tomarse unas vacaciones, ¡JA!
1. Montecristo (otra vez) → Sigue siendo el tipo más elegante y vengativo de la literatura, pero ahora tiene cara de "¿Por qué me pasan estas cosas a mí?".
2. La Mano del Muerto → Un nuevo villano que juega al misterio. Se llama así porque, al parecer, un muerto le dejó el trabajo pendiente y él viene a cobrar deudas.
3. Hijos secretos, herederos inesperados y líos familiares → Porque si algo aprendimos de El Conde de Montecristo es que siempre hay un hijo perdido por ahí que cambia la trama.
4. Amores, traiciones y más disfraces → La historia sigue con su festival de engaños, cartas misteriosas y personajes que se disfrazan más que un ladrón en carnaval.
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El mensaje: o cómo demostrar que la venganza nunca termina
Si el primer libro nos enseñó que "la venganza es un plato que se sirve frío", este segundo nos dice "y si no te quedó bien servido, puedes recalentarla". Básicamente, Montecristo pensó que ya había arreglado su vida, pero NOOOO, siempre hay alguien dispuesto a recordarle que todavía quedan cabos sueltos.
Aquí, la lección es clara: si destruyes la vida de muchos villanos, asegúrate de revisar que no hayan dejado herederos con sed de venganza. O, en otras palabras, el karma es un boomerang afilado.
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Conclusión: ¿era necesaria esta secuela?
Vamos a ser sinceros: La mano del muerto es como esas películas que hacen después de un gran éxito solo para sacarle más jugo a la historia. No es que sea mala, pero tampoco es que la humanidad la estuviera pidiendo a gritos.
Eso sí, si disfrutas del drama exagerado, las conspiraciones que parecen sacadas de un escape room y los personajes con más máscaras que un desfile de carnaval, te vas a divertir.
En definitiva: Montecristo vuelve, pero esta vez con más líos que nunca. Y nosotros, como buenos lectores, volvemos a disfrutar viendo cómo le llueven problemas. ¡Qué sería de la literatura sin un poquito de caos!
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Edmundo Dantés pensó que su venganza había terminado. Se compró un yate, se dejó barba de influencer y se retiró a la vida de millonario excéntrico, dedicándose a invertir en criptomonedas y a subir fotos a Instagram con frases como “La paciencia y el tiempo lo logran todo”.
Pero, amigos, el drama nunca descansa. Un día, mientras saboreaba un café de 50 euros en un bar hipster de Barcelona, su móvil vibró. Mensaje anónimo:
> “Yo soy La Mano del Muerto. Prepárate. La venganza no ha terminado.”
Edmundo escupió el café. “¿Quién demonios usa nombres tan dramáticos en el siglo XXI?”
Intentó ignorarlo. Pero entonces, sus redes sociales estallaron. Twitter se llenó de rumores sobre su pasado, lo acusaban de haber comprado seguidores y, lo peor… de usar filtros de belleza en todas sus fotos.
–¡Maldita sea! –gruñó, viendo cómo su cuenta perdía miles de seguidores.
El ataque no paró ahí. Sus inversiones en criptomonedas se desplomaron, su Tesla dejó de arrancar y su tarjeta Black fue rechazada en el restaurante.
Alguien estaba saboteándolo. Alguien con ganas de venganza.
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EL REGRESO DE MONTECRISTO
Edmundo Dantés se puso su mejor traje (porque la elegancia es lo último que se pierde), se tintó la barba para cubrir las canas y rastreó la IP del misterioso enemigo.
El hacker operaba desde un sótano lúgubre con posters de anime y luces RGB. Se llamaba… Damián Danglars, el bisnieto de aquel banquero ruin que Montecristo arruinó en el siglo XIX.
–¡Tú! –exclamó Edmundo, irrumpiendo en el sótano.
Damián, un nerd pálido con ojeras de tantas horas de League of Legends, giró en su silla gamer.
–Sí, yo. La Mano del Muerto. Vengo a vengar a mi bisabuelo.
–¿En serio? ¿Así se hacen las venganzas hoy día? –bufó Montecristo–. ¿Cancelándome en Twitter?
–¡Exacto! –gritó Damián–. Te he convertido en un meme. Ahora todo el mundo cree que eres un viejo boomer que usa IA para alisar sus arrugas. ¡Has caído en la ruina social!
Montecristo se tambaleó. Eso sí dolía. En su época, la venganza era con puñales, venenos y duelos en la niebla. Ahora bastaba con un hilo viral en redes sociales.
Pero Edmundo Dantés no era un principiante. Sacó su móvil, abrió TikTok y grabó un video bailando al ritmo de una canción pegajosa.
En minutos, se hizo viral. Los comentarios se llenaron de “¡Grande, Montecristo!” y “El Conde nunca pasa de moda”.
Damián palideció.
–¡Imposible! ¿Cómo puedes vencerme en mi propio terreno?
Montecristo sonrió.
–Porque, muchacho, yo también sé jugar este juego.
Y así, el Conde de Montecristo venció otra vez, con la única arma invencible de la modernidad: el carisma y los algoritmos.
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