GIL BLAS DE SANTULLANO
GIL BLAS DE SANTULLANO
Aquí va una crítica irreverente y explosiva de *Gil Blas de Santillana*! (O, perdón, *Santullano*, porque la confusión con el ilustre marqués de Santillana se sigue llevando varios siglos). A prepararse, porque vamos a sumergirnos en el siglo XVIII como si de un torbellino se tratara, enredándonos en una novela de aventurillas, más rebuscada que la capa de un prestidigitador y con más vueltas de tuerca que una noria oxidada. ¡Al grano!
**¡Sinopsis de locura!**
Arranca el tinglado con nuestro amigo, Gil Blas, que a sus diecisiete añitos vive en Oviedo, hijo de una humilde pareja: el buen Blas y la señora Blasa (¿coincidencia? ¡No lo creo!). Desde el primer momento, este chico tiene las aspiraciones de un Napoleón juvenil y la suerte de un burro en una carrera de purasangres. Piensa salir de su tierra y conquistar el mundo. ¿Y cómo? Pues saliendo a la aventura, porque si bien en aquella época no había influencers ni currículos por LinkedIn, el muchacho tenía lo suyo: espíritu chispeante y cabezón. Ya de primeras lo atrapan unos bandidos en una carreta —¡genial!—, pero como en toda novela picaresca que se precie, Gil Blas no tarda en escapar, solo para caer en las redes de otro trapicheo, y luego en otro, y en otro. Ya os lo digo: esto es el juego de la oca de los líos. Gil Blas va de problema en problema, metiéndose en líos como quien recoge souvenirs en un viaje.
**El arte de la escalada… moral y de la otra**
El viaje de Gil Blas no es solo físico; es una espiral ascendente hacia la corrupción. ¿A quién no le gusta escalar, no? En sus aventuras, nuestro protagonista se topará con personajes de todo tipo: desde pícaros como él que intentarán desplumarlo, hasta damiselas que intentarán despellejarle el alma (o al menos su autoestima). Pero él sigue imparable, porque Gil Blas es como una esponja que va absorbiendo toda la porquería moral que le rodea.
Si al principio es un inocente jovencito de campo, a medida que avanza, empieza a “aprender” de los que lo rodean: bribones, estafadores, eclesiásticos de dudosa fe, doctores que apenas sabrían curar un resfriado y nobles cuya nobleza está tan oxidada como la espada de un campesino. La lección aquí es clara: “si no puedes con ellos, ¡úneteles!”. Y nuestro chico se convierte en el mejor de los truhanes. Pero claro, eso sí, con “clase”.
**Personajes como piñatas rellenas de hipocresía**
Los personajes de *Gil Blas de Santillana* no solo son variopintos, son auténticas piñatas de hipocresía, llenos de pequeños bombones podridos de corrupción y avaricia. Cada uno es peor que el anterior. Gil Blas conoce a gente de todos los estratos, y no hay uno solo al que no le falte su dosis de cinismo o codicia. Empezamos con el doctor Sangrado, un médico que podría matar a cualquiera con su conocimiento. ¿Qué receta? ¡Sangrías para todo! ¿Tienes fiebre? Sangría. ¿Un resfriado? ¡Más sangría! Este tipo se la pasa desangrando a sus pacientes, creyendo que ese es el camino a la cura, mientras sus víctimas acaban más pálidas que el fantasma de Hamlet. No, si por esos lares medievales, ¡enfermar era una misión suicida!
Luego tenemos al abad de Priego, un religioso con menos escrúpulos que un tiburón en ayunas. Este abad —y muchos otros como él— representan la crítica a la Iglesia en una época en la que Le Sage no podía sacar demasiada punta sin acabar en el cepo. Pero es que el autor aquí fue valiente, mostrándonos una religión corrupta hasta la médula, donde la única diferencia entre un predicador y un ladrón es la sotana. ¡Ah, y unos cuantos versos latinos!
**La dura vida de un servidor en una sociedad podrida**
Gil Blas, aparte de aprender el arte del embuste, también aprende el arte de servir. Porque si algo hace bien, es caer en las redes de algún noble que quiera un sirviente “listillo”. Sin embargo, Le Sage nos enseña que la vida de servidor de la nobleza es tan absurda como un elefante en patines. Al trabajar para varios aristócratas, Gil Blas descubre que el verdadero poder está en fingir admiración mientras uno piensa en cómo robarse unos reales extra. Pero claro, ¿quién podría culparlo? Su vida está en una sociedad que parece construida por expertos en hipocresía: nobles decadentes, médicos incompetentes, mujeres superficiales, religiosos de moral suelta. Nadie parece salvarse en esta “comedia humana” (sí, Balzac todavía no existía, pero oye, aquí había pioneros).
**La crítica social en clave de risa (y puñalada)**
Si algo hace grande a *Gil Blas* es que, bajo toda esa capa de comedia, Le Sage lanza dardos como si fuera un francotirador. La novela hace una radiografía de una sociedad podrida, y eso incluye a todos, desde el campesino hasta el rey. Cada clase social, cada figura de autoridad, cada estrato queda reflejado en su versión más cínica y corrupta. No hay inocentes, ni “buenos”, solo una sucesión de personajes que siguen sus intereses, donde Gil Blas es simplemente el espejo. Y ese espejo está lleno de grietas, porque la sociedad en la que vive es un chiste de mal gusto. Por eso Le Sage convierte a Gil Blas en un picaresco protagonista que va descubriendo, capítulo a capítulo, que la supervivencia exige ser un poco sinvergüenza.
**Un mensaje lleno de cinismo, o más bien... ¡de realismo!**
Entonces, ¿qué nos quiere decir Le Sage? Que en este mundo hay que ser listo para no acabar aplastado. Gil Blas descubre que la ética es como el queso en una ratonera, algo que atrae solo a los tontos. Al final, lo importante es la habilidad para adaptarse a cada situación, jugar cada carta y salir siempre ileso. La novela deja un mensaje simple: si quieres triunfar, no te fíes ni de tu sombra. Y esa es la gran ironía, porque aunque parece una sátira, se siente tan cercana que, siglos después, todavía es difícil de digerir.
**Una crítica a la misma literatura picaresca**
En un giro ingenioso, Le Sage también hace un guiño (o más bien, un codazo) a la tradición picaresca. Gil Blas es un pícaro, sí, pero no lo es “porque sí”, sino porque el mundo lo empuja. La novela toma elementos de la picaresca clásica española, pero añade una autocrítica donde el personaje, en lugar de conformarse con su destino, trata de superar su posición. La picaresca tradicional tiende a mostrar al pícaro como una víctima de las circunstancias, pero Gil Blas se convierte en un maestro en aprovecharse de esas circunstancias. Con esto, Le Sage dice: “Sí, el mundo es horrible, pero también es cómico si tienes el descaro suficiente para reírte de él”.
**Conclusión: ¡un carnaval de la vida!**
*Gil Blas de Santullano* (¡ni Santillana ni nada!) es una obra que se lee como un catálogo de desventuras, traiciones y cinismos, pero también como un tratado de supervivencia con humor. Es como un bufón que nos recuerda que la vida es absurda, que el poder es un chiste y que la sociedad está llena de truhanes vestidos de respetabilidad. En definitiva, si buscas lecciones morales, sigue buscando. Pero si quieres reírte y recordar que la humanidad, con todos sus defectos, es una obra de teatro donde cada uno se representa a sí mismo, entonces *Gil Blas* es el libro ideal. ---------- Por supuesto, aquí va un relato de un moderno Gil Blas de Santullano, en versión actualizada y picaresca. ¡Espero que disfrutes de esta aventura en tiempos de crisis!
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**Gil Blas y el gran sueño español**
Gil Blas Santullano, de 22 años, se encontraba en el andén de una estación de trenes, mirando la pantalla de su móvil y tratando de cuadrar su cuenta de ahorros: un total de **3,27 euros**. Había terminado la universidad sin un euro y sin idea de qué hacer con su flamante título en "Estudios Socioculturales Aplicados y Performativos". No tenía ahorros, no tenía trabajo, y, lo peor de todo, tampoco tenía suerte. “En fin, en este país el que no corre, vuela… así que mejor empiezo a correr”.
Así que, en un alarde de picardía y pocas vergüenzas, Gil Blas decidió visitar a su primo Antoñito, alias "El Empresario". Este primo era un personaje entre lo legítimo y lo sospechoso, un superviviente nato de la jungla laboral moderna, que siempre tenía algún "negocio" en marcha. “Mira, primo, aquí hay dos maneras de ganarse la vida: trabajando o fingiendo que trabajas. Y te digo que lo segundo tiene más futuro”, le dijo, ofreciéndole un café soluble.
Pronto, Gil Blas se unió a una de las empresas de su primo, un pequeño local donde se compraban y vendían antigüedades de dudosa procedencia. Él se encargaba de poner cara de entendido cuando venía algún turista despistado en busca de “auténticas joyas españolas”. Una vez, vendió una sardina disecada por un pintor local diciendo que era una "pieza ancestral" que “representaba el renacer de la identidad ibérica”. Gil Blas se dio cuenta de que, en esta vida, lo importante no es tanto lo que vendes, sino cómo lo vendes.
Con el tiempo, su talento fue creciendo y, entre negocio y negocio, empezó a trabajar también de “consejero inmobiliario”. Gil Blas podía meter a ocho estudiantes en un piso sin ventanas, asegurándoles que era “minimalismo vintage”. En una ocasión, incluso alquiló el trastero de una abuela despistada como “co-working sostenible”.
Pero no todo eran éxitos para nuestro moderno Gil Blas. En una noche de fiesta con su primo, lo enredaron en una "inversión” donde perdió sus ahorros de 3,27 euros (¡una fortuna!). El plan consistía en financiar una “startup” que crearía una red de tiendas para vender calamares veganos en lata. “Está en auge, primo”, le aseguraron. Tras perderlo todo, se encontró, una vez más, en la estación de tren, con una lata de calamares veganos como único recuerdo de aquella inversión ruinosa.
Con el tiempo, Gil Blas aprendió a reírse de su mala suerte. Se volvió un maestro del arte del “vivir a coste cero”, un experto en colarse en conciertos gratuitos, comiendo muestras de supermercado como menú de degustación y hasta trabajando de “relaciones públicas” en fiestas donde nadie lo había invitado. Así, en su estilo bohemio y despreocupado, Gil Blas Santullano iba navegando la crisis española, riéndose de ella y de todos, seguro de que el mundo siempre daría una vuelta más… y él encontraría la manera de seguir en pie.
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Y así, amigos, sigue nuestro moderno Gil Blas, un superviviente en la España actual, siempre un paso adelante y, claro, siempre al borde de la ruina.




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