EL LAZARILLO DE TORMES
EL LAZARILLO DE TORMES
¡Ah, *Lazarillo de Tormes*!, esa oda a la supervivencia, el arte de vivir con menos recursos que una piedra en el desierto y, por supuesto, la historia más brillante sobre la miseria humana contada por un tipo que se hace llamar “Lázaro” (como si fuera a resucitar de esa vida, ya te digo yo que no). Si algo te enseña esta joya literaria, es que la vida es dura, pero si eres más duro que la vida, te conviertes en el Lazarillo, el tipo que se cuela en el buffet del sufrimiento humano y, cuando le dicen que es “todo lo que puede comer”, saca tupper para llevar.
¡Ah, *Lazarillo de Tormes*!, esa oda a la supervivencia, el arte de vivir con menos recursos que una piedra en el desierto y, por supuesto, la historia más brillante sobre la miseria humana contada por un tipo que se hace llamar “Lázaro” (como si fuera a resucitar de esa vida, ya te digo yo que no). Si algo te enseña esta joya literaria, es que la vida es dura, pero si eres más duro que la vida, te conviertes en el Lazarillo, el tipo que se cuela en el buffet del sufrimiento humano y, cuando le dicen que es “todo lo que puede comer”, saca tupper para llevar.
Pongámonos en contexto: El pobre Lázaro es hijo de un ladrón, que era básicamente el equivalente de tener hoy en día a un padre que sale en reality shows buscando el amor. El padre lo manda al mundo con menos recursos que un náufrago sin mar, y como si no fuera suficiente tener una vida más llena de agujeros que un queso suizo, va y su madre lo remata dejándolo con un ciego. Sí, un ciego. Pero no un ciego cualquiera, un ciego que podría ser el padrino de un cártel de maldad, si es que alguna vez fundaran uno los ciegos. Este señor parece que se comió la guía para ser el peor tutor legal del mundo, y en lugar de darle a Lázaro alguna enseñanza tipo “las cosas van a mejorar”, lo que le da es más hambre, golpes y un sentido del humor más oscuro que una noche sin luna.
Y es que, si algo aprendes del Lazarillo, es que todo maestro es una oportunidad para aprender... a no confiar en nadie. Porque primero está el ciego, quien parece que no puede ver el alma de Lázaro, pero sí le ve todos los trucos, e incluso le enseña a ser más tramposo que él. El ciego es esa especie de gurú del maltrato infantil que probablemente inventó la frase "quien bien te quiere te hará sufrir". De hecho, este tipo seguro tenía un doctorado en “cómo hacerle la vida imposible a un niño mientras te ríes en el proceso”, porque la cantidad de trucos que usa para que Lázaro se gane el pan a costa de su dignidad es asombrosa. ¡Es un maestro en la humillación pública! Imagínate: te parte la cabeza contra un toro de piedra y luego te dice que es para que "aprendas" que no debes confiar en nadie. Es como si hoy en día te obligaran a chocar el coche para que aprendas a conducir. ¡Un genio del sufrimiento ajeno!
Después, llega el cura, ese ser piadoso y caritativo... según él, claro. El cura es el típico tipo que se confiesa cada cinco minutos solo para poder seguir haciendo cosas horribles los otros cuatro. El hombre es un gourmet de la crueldad, un chef de la escasez. Este sacerdote tiene la habilidad de convertir una hogaza de pan en un tema de novela de misterio, con Lázaro siendo el Sherlock Holmes del hambre, buscando migajas como si fueran pistas. ¡Pan! ¡Pan! ¿Qué pan? El cura lo tiene escondido como si fuera el último vestigio de la civilización antes del apocalipsis zombie. Y ahí está Lázaro, comiéndose las migajas como si fueran las mejores trufas de la gastronomía medieval, mientras el cura lo observa con esos ojitos de “a ver si sobrevives otro día, piltrafilla”.
Claro, cuando Lázaro no muere de hambre con el cura, pasa al clérigo, otro campeón de la "generosidad". ¿Qué pasa con los religiosos en este libro? ¿Acaso Dios decidió darles una palmada en la espalda y decirles: “Venga, tíos, a maltratar al pobre niño”? El clérigo es esa clase de persona que dice “será mejor que sufras en la tierra para disfrutar en el cielo”, pero lo dice mientras se zampa un filete y te lanza una mirada que grita “me da igual tu sufrimiento”. Por suerte, Lázaro, ya graduado de la Universidad del Ciego y con máster en tramposo por el seminario del cura, decide poner fin a esta tortura con el clérigo y, milagrosamente, logra largarse con un sentido de la supervivencia más agudo que el hambre misma.
Luego llega el escudero. Ah, el escudero. Uno pensaría que Lázaro, después de dos maestros de la miseria, finalmente encuentra un alma decente. Pero no. El escudero es el tipo más pretencioso y estirado que jamás haya existido. ¡Es el inventor del postureo! Este personaje está tan arruinado que lo único que tiene es una capa y su orgullo, pero se cree rey del barrio. Eso sí, el tío se preocupa más por parecer digno que por comer algo que no sea aire. Y claro, a Lázaro, que ya tiene el estómago tan pegado a la espalda que debe parecerle un mal chiste, le toca aprender la lección de que "la dignidad no se come, pero al parecer, el aire tampoco”. Así que ahí lo tienes, un pobre diablo vestido como un señorito, que se salta las comidas no por ayuno espiritual, sino porque no tiene ni para una loncha de pan duro.
Lázaro pasa por la vida como un camaleón en una pared de colores chillones: intentando no ser visto por las desgracias, pero atrayéndolas de todas formas. Como si llevara un letrero en la frente que dijera “cárguenme la mano, que aguanto todo”. A estas alturas de la historia, es como ese amigo que siempre tiene una historia de "peor es nada", el que siempre te cuenta cómo todo lo que le pudo salir mal, le salió peor. Pero no importa cuántas veces lo maltraten, lo engañen o lo dejen sin comer, porque el Lazarillo es, en esencia, inmortal. No en el sentido de no morir, claro, sino en el sentido de que ni las tragedias más abismales pueden tumbarlo. Este hombre tiene más vidas que un gato con superpoderes.
Llegamos entonces al "gran final", y aquí viene la guinda del pastel. Lázaro, después de años y años de desdichas, hambre, golpes y humillaciones, ¿qué hace? Pues consigue un buen puesto como pregonero, algo así como el community manager del pueblo, anunciando todo tipo de noticias. Y no solo eso, sino que se casa con una mujer, pero... (¡atención, que aquí viene el drama!) todo el mundo sabe que su flamante esposa tiene más tratos con el arcipreste que con él. Pero, ¿qué hace Lázaro? Nada. Absolutamente nada. Porque después de tanto sufrimiento, el buen Lázaro ha aprendido una verdad fundamental: lo que no mata, te hace cínico. Así que prefiere vivir la vida tranquila, con cuernos y todo, pero con el estómago lleno, que seguir la vida de pobreza extrema. Un tipo pragmático, sin duda.
*Lazarillo de Tormes* no es solo un relato picaresco, es una comedia negra sobre la miseria humana, donde los "buenos" son tan escasos como las monedas en los bolsillos del protagonista. Aquí, la moraleja no es que el bien triunfa sobre el mal, sino que el que aprende a moverse en el caos de la vida, con una sonrisa cínica y un estómago lleno, es el verdadero campeón. ¿Qué nos enseña esta obra? Que, a veces, no importa cuántos golpes te dé la vida, siempre puedes ser un Lazarillo: maltratado, hambriento, engañado... pero con más truco que cualquier maestro del mal. Y lo mejor de todo: ¡con la capacidad de reírte en la cara de tus desgracias!
En pleno siglo XXI, nuestro querido Lázaro de Tormes, renombrado hoy como "Lázaro López", despierta en su pequeño estudio de 20 metros cuadrados. Un zulo, más bien. Vive a base de Wi-Fi robado y pizza recalentada en microondas. Eso sí, el piso es de "concepto abierto". No por diseño, sino porque la puerta del baño está rota y la cocina se confunde con la cama. Ah, las maravillas de la modernidad.
Lázaro, recién graduado de la carrera de “Estudios Universales Diversificados” (o como él la llama, “la Nada con Filosofía”), está buscando trabajo. ¡Vaya chiste! Como si el mercado laboral estuviera esperándolo con los brazos abiertos. Pero él no se rinde, sabe que la vida es dura, pero él es más duro… o al menos, más resistente.
El primer trabajo que encuentra es como “acompañante digital” para un **ceo** ciego. ¡Exacto! Otro ciego. ¡Qué originalidad, verdad! Pero este no es un ciego cualquiera. Es un empresario tiburón que tiene más dinero en criptomonedas que emociones humanas. Le paga a Lázaro por guiarlo a través de las redes sociales, describiéndole lo que pasa en Instagram, Twitter y TikTok. “Dime, Lázaro, ¿qué hacen los millennials?” pregunta el ciego mientras Lázaro le narra cómo la gente se lanza tartas a la cara en TikTok para ganar likes. “Ah, la juventud está perdida”, suspira el ciego, mientras le da órdenes a Lázaro de darle retweet a un hilo de consejos de inversión.
El pobre Lázaro sobrevive con el sueldo mínimo y alguna que otra propina que el ciego le da si consigue un trending topic. Aún recuerda la vez que casi le parte la cara al guiarlo contra una señal de tráfico. Bueno, al menos esta vez no fue contra un toro de piedra. ¡Progreso!
Cansado del influencer ciego, Lázaro consigue trabajo con un cura moderno, pero este no es el típico cura de pueblo. No, no. Este es un cura youtuber. Su canal “Jesús es mi Bro” tiene miles de seguidores, y Lázaro es su productor estrella, montando vídeos de reflexiones sobre la fe con música de trap de fondo. Eso sí, el cura se come más súper chats que bendiciones, y Lázaro, como siempre, se queda con las sobras. "Dios proveerá", le dice el cura, mientras en su cuenta bancaria entran donaciones vía Paypal.
Al final, Lázaro termina trabajando como becario para un político en campaña. Otro que no tiene ni un duro, pero se viste de traje y corbata como si le sobrara el dinero. Lázaro corre de un lado para otro, repartiendo flyers que prometen “futuro” a una juventud que ya ni espera nada. La campaña es un desastre, pero eso sí, el político lo invita a comer... aire. Al parecer, el postureo sigue siendo la mejor dieta.
Y ahí está Lázaro, sobreviviendo a la precariedad como siempre, con el estómago vacío pero el ingenio lleno. ¡Adaptarse o morir, dice! O en su caso, reírse para no llorar.

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