EL DIABLO COJUELO

 EL DIABLO COJUELO  


 


                                                                                                                                                     ¡Ah, **_El Diablo Cojuelo_**! Esa joya literaria de Luis Vélez de Guevara que, con el paso de los años, ha probado ser la mezcla perfecta entre una comedia alocada y un viaje psicodélico por la España del Siglo de Oro. Antes de que empezáramos a temerle a los drones o a Google Maps, Vélez ya había inventado la idea de un “zoom” a lo grande. Pero en lugar de satélites o cámaras espías, ¡tenemos un diablo cojo! Y no cualquier diablo, uno que no solo camina arrastrando una pierna, sino que también va arrastrando toda la realidad de su país, con sus defectos, sus virtudes (escasas), y esa gran capacidad que tienen los humanos para hacer el ridículo en cualquier época y lugar.


**Comencemos por el argumento, que es tan sencillo como absurdo** (¿o tan absurdo como sencillo?).


### El argumento: ¡un vuelo mágico con un demonio tartamudo!


La historia arranca con nuestro protagonista, **Don Cleofás**, un estudiante de esos que jamás pasa de curso, pero que se las arregla para meterse en más líos que en libros. En plena escapada, Don Cleofás encuentra refugio en la casa de un astrólogo (porque, claro, en el Siglo de Oro todo el mundo era un poco astrólogo, ¿no?). Allí, entre un montón de cachivaches y pócimas, encuentra una botellita, ¡y no es de anís del mono! Es una botella de la que sale, nada más y nada menos, que un demonio cojo. Y aquí empieza lo bueno.


Este diablo, lejos de ser aterrador, es más bien una versión madrileña de un guía turístico que se acaba de sacar el carnet. Con un simple chasquido de dedos, levanta todos los tejados de Madrid como quien abre una lata de sardinas para que Don Cleofás y él puedan observar las vidas de los habitantes de la ciudad, sus miserias, sus secretos y sus trapicheos, que son muchos. Vélez de Guevara convierte la ciudad en un gran **Gran Hermano**, pero sin cámaras ocultas ni pruebas de resistencia: solo la vida misma y todas las ridiculeces de sus personajes.


### Los personajes: ¡más coloridos que una fiesta de disfraces!


- **Don Cleofás**: Un joven que es la representación viva de "nunca estudio, pero siempre me pasa algo". Tiene la mente de un hombre con resaca eterna y el sentido común de un mosquito en un día de viento. Sin embargo, es el compañero ideal para el Diablo Cojuelo, ya que su falta de inteligencia se compensa con una increíble capacidad para asombrarse de todo lo que el diablo le muestra. Se queja, se asusta, se ríe, y probablemente termina el viaje más confuso que cuando lo empezó, lo que le convierte en el típico protagonista involuntario que pasa por todo sin saber muy bien cómo ha llegado ahí.


- **El Diablo Cojuelo**: Ah, el verdadero protagonista. Cojo y burlón, este diablillo no está aquí para causar caos y destrucción como otros demonios de la misma profesión. ¡No! Él prefiere exponer la hipocresía humana, sacando los trapos sucios de los madrileños con la gracia de un bufón de la corte. Además, es cojo, lo que le da un aire adorablemente inofensivo. Pero no te equivoques: su lengua es afilada como un cuchillo de cocina, y sus observaciones son mordaces, irónicas y profundamente acertadas. Es como el Twitter del Siglo de Oro: sarcástico, despiadado, y un poco ácido.                                                                                                                                                                                                                                 


                                                                        **Los personajes secundarios**: Son un desfile de la fauna y flora social de la época. Vélez de Guevara nos presenta a nobles arruinados que mantienen las apariencias, criados que llevan una doble vida (y no precisamente como superhéroes), damiselas que solo quieren pescar un buen partido (o al menos un partido con dinero), y un montón de otros individuos que parecen haber salido de una serie de sketches cómicos. Todos ellos sirven como ejemplo de los defectos de la sociedad, que no han cambiado tanto desde entonces: la codicia, la envidia, el orgullo... y sobre todo, la increíble capacidad humana para aparentar lo que no es.


### La trama: más vueltas que un carrusel


Lo que sigue es un auténtico carrusel de situaciones absurdas y críticas a la sociedad, donde Vélez de Guevara parece decirnos: “¿Te creías que tu vecino era raro? Pues espera a ver lo que te enseño”. Nuestro querido diablo se convierte en el comentarista deportivo de una especie de reality show sin guion. Va señalando las estupideces, las incongruencias y las vilezas que se esconden detrás de cada tejado que levantan.


Vélez de Guevara juega con la idea de que, si pudieras ver detrás de las puertas cerradas, lo que encontrarías no sería precisamente edificante. Hay mentiras, traiciones, chismorreos, y sobre todo, la eterna comedia humana de pretender ser algo que no se es. Y si crees que la gente de hoy en día tiene doble vida en las redes sociales, imagínate lo que hacían en esa época sin necesidad de Instagram.


### El mensaje: Hipocresía, ¡estás en todas partes!


¿De qué va realmente **_El Diablo Cojuelo_**? Aparte de ser una comedia absurda, es un tratado de la **hipocresía humana**. Vélez de Guevara levanta los tejados de la ciudad no solo para reírse de los madrileños, sino para mostrarnos lo ridículos que somos como sociedad. Cada personaje es una caricatura de un defecto: los nobles son estúpidos, los plebeyos son ambiciosos, y los astutos siempre se las ingenian para sacar provecho. Es una crítica feroz a una España que se tambaleaba entre la pobreza y la opulencia, pero donde todos querían parecer lo que no eran.


Es curioso cómo, a pesar de los siglos que nos separan, las críticas que lanza Vélez siguen vigentes hoy en día. Porque, ¿quién no ha conocido a ese vecino que se las da de importante, pero que en realidad está más arruinado que un billete de mil pesetas? ¿O ese amigo que presume de sus conquistas amorosas, pero que, en el fondo, es más solitario que un cactus en el desierto?


Vélez de Guevara, con su **diablo cojo** como embajador, nos muestra que la esencia humana no ha cambiado mucho. Aún nos obsesionamos con lo que los demás piensan de nosotros, con aparentar y con ocultar nuestras miserias bajo una máscara de decoro.


### El estilo: ¡un cóctel explosivo!


Si hay algo que caracteriza a **_El Diablo Cojuelo_**, es su estilo chispeante y su ritmo vertiginoso. El lenguaje de Vélez de Guevara es tan barroco como una catedral española, con más adornos que el traje de luces de un torero en plena feria de San Isidro. Pero lo que realmente destaca es la ironía, la sátira y el humor mordaz que rezuma cada página.


**El humor** de Vélez de Guevara no es de carcajadas fáciles, es más bien una sonrisa cómplice, una risilla maliciosa que se te escapa cuando te das cuenta de que lo que estás leyendo es una versión literaria de lo que ves cada día a tu alrededor: la gente haciendo el ridículo intentando ser algo que no son.


Es una obra tan entretenida como crítica, una comedia en la que los defectos humanos se exponen sin piedad. No hay héroes, solo humanos, con todo lo que eso implica.


### Conclusión: ¡Levanta tu propio tejado!


En resumen, **_El Diablo Cojuelo_** es una obra que, bajo su tono jocoso y ligero, esconde una crítica social feroz que sigue siendo relevante hoy en día. Vélez de Guevara no solo creó una comedia entretenida, sino que nos dio una lupa para observarnos a nosotros mismos. O, mejor dicho, un diablo cojo para que nos levante el tejado y nos deje expuestos, tal como somos, en toda nuestra absurda, divertida y ridícula humanidad.


Así que, querido lector, ¿estás listo para levantar tu propio tejado y ver qué se esconde debajo? ¡Solo no te asustes si lo que encuentras es tan gracioso como perturbador!                                                                                                                                                                                                                                    


    
     XIII Rua del Cojuelo.
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**El Diablo Cojuelo: versión 2024**


Todo empezó un viernes cuando Carlos, estudiante universitario y profesional en procrastinar, decidió que ya había tenido suficiente de suspensos. Tras ser reprobado por quinta vez en su examen de Teoría Económica —claramente culpa del sistema educativo, no de su falta de estudio—, Carlos hizo lo que mejor sabía hacer: huir. Pero, en lugar de acabar en el bar más barato de la ciudad, tropezó con una librería de viejo.


Dentro de la librería, entre montones de libros olvidados y polvo histórico, Carlos encontró una pequeña botella misteriosa. "¿Qué es esto?", pensó, antes de abrirla sin mucho reparo, porque la vida es más divertida sin precauciones. De la botella salió un humo sulfuroso, que olía a churrasco, y con él apareció un pequeño hombrecillo con una pata coja y capa púrpura. Era **el Diablo Cojuelo**, recién liberado de siglos de aburrimiento.


—¡Por fin libre! —exclamó el diablo con una voz aguda que casi hace a Carlos caerse de espaldas—. Estaba atrapado desde los tiempos de Felipe IV. ¡Gracias por tu imprudencia!


—Eh... de nada —respondió Carlos, aún procesando lo que veía.


—Ahora, chico, vamos a divertirnos. Levantaremos los tejados de esta ciudad y espiemos los secretos más jugosos de sus habitantes. Vas a flipar —dijo el diablo con una sonrisa maliciosa.


Carlos, con su habitual filosofía de “nada que perder”, aceptó la propuesta. En un santiamén, el Diablo Cojuelo levantó los tejados como si fuesen tapas de yogur, revelando la vida secreta de la ciudad.


Primera parada: un lujoso ático donde un ejecutivo de traje movía las manos como si dirigiera una orquesta invisible mientras hablaba por teléfono. 


—Ahí lo tienes —dijo el diablo—. Este se pasa el día hablando de ética empresarial, pero está negociando cómo evadir impuestos en tres países a la vez.


—¿En serio? —respondió Carlos—. Yo pensaba que los ejecutivos solo hacían PowerPoints.


—Ja, ¡ojalá! Estos mueven más dinero que tu abuela con los cupones de descuento.


Siguieron espiando, y en una casa que parecía de catálogo vieron a unos padres discutiendo sobre facturas impagadas mientras el hijo adolescente, en su habitación, grababa vídeos haciéndose pasar por rapero millonario. Abajo, la abuela veía la tele a un volumen tan alto que podría reventar cristales.


—Ese chaval finge en sus redes sociales —rió el diablo—, pero no tiene ni para comprarse la leche de avena que presume en sus historias.


—Es como si todo el mundo fingiera ser lo que no es —reflexionó Carlos, por una vez dejando de pensar en siesta.


—¡Bienvenido al mundo real! —dijo el diablo, teatral—. Aquí la gente miente más que en una telenovela.


Y luego, vino el golpe más bajo: llegaron a la panadería favorita de Carlos. La panadera, esa mujer siempre sonriente y aparentemente honrada, resultó ser una pequeña ladrona.


—Mira esto —dijo el diablo, levantando el tejado—. Está pesando el pan con una báscula trucada. ¡Te está cobrando cinco gramos de más cada mañana!


—¡No puede ser! —exclamó Carlos, herido en lo más profundo de su amor por los croissants—. ¡Hasta la panadera me estafa!


—Querido, si la panadera lo hace, imagina el resto. La avaricia no discrimina.


Después de horas levantando tejados y espiando a media ciudad, Carlos estaba abrumado. Su ciudad ya no era el lugar anodino que creía, sino una burla de sí misma: hipocresía por todos lados, influencers falsos, ejecutivos tramposos, y hasta panaderas ladronas. Todo era un gran teatro.


—Bueno, ahora que sabes la verdad —dijo el diablo, con una sonrisa diabólica—, ¿qué vas a hacer? ¿Te unes al juego o sigues ignorante y feliz?


Carlos se lo pensó un segundo, luego suspiró y dijo:


—La verdad... solo quiero que la panadera pese mi croissant delante de mí.


Y así, Carlos, con su nuevo conocimiento (pero no mucha motivación para cambiar el mundo), volvió a la panadería. Porque, al final, hay verdades difíciles de tragar, pero un croissant bien pesado siempre ayuda.                                                                                                                                                                   




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