EL BURLADOR DE SEVILLA O CONVIDADO DE PIEDRA

 EL BURLADOR DE SEVILLA Y CONVIDADO DE PIEDRA 


                                                                                                                                                                       ¡Ah, **Tirso de Molina**, ese gran provocador de enredos, amante del caos teatral y maestro del "aquí te pillo, aquí te mato"! Su obra más célebre, **"El burlador de Sevilla y convidado de piedra"**, no es solo un ejemplo de las maravillas del Siglo de Oro, sino también un retrato hilarante y grotesco del arquetipo del hombre que, si viviera hoy, tendría un perfil en Tinder lleno de selfies en el gimnasio, y citas con desastrosos finales en bares de mala muerte.


Comencemos con el personaje principal, ese tal **Don Juan Tenorio**. ¡Ay, Don Juan, alma perdida y amante del escándalo! Él no es solo un "burlador", sino el antecesor directo de todos los "playboys" de la historia. Imagínate a un Casanova en una época en la que no había WhatsApp para enviar mensajes a las cinco de la mañana, y aun así, este hombre se las arreglaba para causar estragos a una velocidad sorprendente. Don Juan es ese tipo de hombre que no entiende el concepto de "consecuencia". Roba la virtud de una mujer como quien coge un caramelo de una tienda y se da la vuelta silbando, esperando que nadie lo haya visto.


Es un hombre que, al parecer, tiene un don de la palabra tan seductor que con dos frases en verso ya convence a una doncella de que es su destino. Es el pionero del "gaslighting" y el "ghosting", ¡pero con estilo renacentista! En la obra, su estrategia de seducción es tan simple como absurda: prometer matrimonio. ¡Claro, Don Juan, prometer matrimonio lo resuelve todo! Es el clásico hombre que, después de haber arruinado a una mujer, le dice: "Pero, cariño, no es para tanto". Y luego desaparece antes del desayuno. Hoy en día, sería el tipo que no responde tus mensajes después de la primera cita y luego aparece meses después con un “¿Qué tal?”.


Ahora, hablemos del tema central de la obra: la **impunidad**. Sí, porque Don Juan, el burlador por excelencia, es la definición teatral de "me sale todo gratis". Vive en un mundo donde sus malas acciones no tienen consecuencias. Engaña, miente, seduce y abandona, y parece que todo le resbala como el agua sobre el plumaje de un pato. Es como si Tirso hubiera querido mostrarnos lo que pasa cuando le das un pase ilimitado a alguien para hacer el mal. Y así vemos cómo nuestro querido Don Juan continúa su racha de infidelidades, dejándonos a todos con la sensación de que, si hubiera tenido redes sociales, habría sido cancelado por la Inquisición en cuestión de minutos.


El verdadero desafío de "El burlador de Sevilla" es su moralismo torcido. Sí, porque a pesar de todo, Tirso nos lanza una advertencia: ¡cuidado, que el destino te va a alcanzar! Pero lo hace de una manera tan retorcida y deliciosamente exagerada que parece una broma cósmica. Porque, claro, después de toda una vida de engaños, de jugar con la virtud ajena como quien juega a los bolos, ¿qué es lo que finalmente castiga a Don Juan? Un invitado de piedra. **Literalmente, una estatua vengativa.**


Paremos un momento aquí para apreciar el absurdo. En un mundo lleno de venganzas y tragedias, donde los duelos de honor y las espadas lo resuelven todo, Tirso decide que el instrumento de justicia divina sea un trozo de mármol. ¡Es como si al final de una película de acción, el villano fuera vencido por un jarrón que cae de un estante! La moraleja es clara: puedes huir de la justicia humana, pero no de una estatua que tiene ganas de fiesta.



Y hablemos del **Comendador**, el muerto más vengativo de la historia. Este hombre, después de ser asesinado, no se contenta con ir al cielo o al infierno; no, él decide volver como un espectro del mármol para cobrar su deuda. Si la venganza es un plato que se sirve frío, aquí es helado de roca. La escena en la que el comendador invita a Don Juan a cenar es digna de un sketch de humor negro. Imagínate la cara de Don Juan cuando recibe esa invitación. Es como cuando te llega un mensaje de tu ex, con quien no acabaste muy bien, diciendo: "Oye, ¿quedamos para cenar?", pero con un toque de ultratumba.


La cena en cuestión, donde el comendador está más frío que el corazón de Don Juan, es el clímax más delirante que uno podría imaginar. Hay algo maravillosamente ridículo en la imagen de un hombre cenando con una estatua, como si todo lo que había hecho hasta ese momento no fuera lo suficientemente loco. Don Juan, el invencible, el seductor, el que lo tenía todo bajo control, de repente se ve derrotado por el equivalente renacentista de un muñeco de cera vengativo. Es la ironía más fina de la obra: tanto correr, tanto huir, y al final lo pilla una pieza de decoración.


Por supuesto, todo este final es una deliciosa trampa moral. Tirso, después de hacernos reír y disfrutar del caos provocado por Don Juan, nos dice: "¿Veis lo que pasa cuando vais por la vida sin un mínimo de ética?" Pero lo hace de una forma tan exagerada, tan rocambolesca, que parece más una broma que una advertencia. Nos hace creer que el castigo divino es tan inevitable como ridículo.


Y aquí entra en juego la ironía final: **Don Juan no se arrepiente de nada**. Ni cuando el comendador lo arrastra al infierno como si fuera su cita para el baile de fin de curso. Es el epítome del "hasta el final, con todo". Incluso en su último momento, cuando lo lógico sería que mostrara un atisbo de remordimiento, Don Juan se aferra a su impunidad como un niño terco que no quiere soltar su juguete. Y aquí es donde Tirso nos da la última carcajada: la de un hombre que, hasta en la muerte, sigue burlándose de todo.


En resumen, **"El burlador de Sevilla"** es una obra que, bajo su fachada de tragedia moralista, esconde una comedia de enredos, absurdos y venganzas imposibles. Tirso de Molina nos regala una historia que, a pesar de su intención de enseñar lecciones morales, se disfruta como un espectáculo de caos humano, donde la justicia divina llega de las formas más inverosímiles. Si Don Juan viviera hoy, probablemente sería un meme, y el comendador, una cuenta viral de Twitter que lo persigue con comentarios sarcásticos. Una tragicomedia para todas las épocas, y un recordatorio de que, al final, todos acabamos siendo burlados por la vida… o por una estatua con mala leche.

 Don Juan de viaje en Madrid descubriendo la estatua del oso y el madroño.
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En pleno siglo XXI, **Juan Tenorio**, alias "Juanito", no es un noble de capa y espada, sino un treintañero que ronda los bares de moda, llevando consigo una chaqueta de cuero gastada y unas Converse que han visto más conquistas que un pirata en su época dorada. En lugar de prometer matrimonio, ahora se maneja con promesas vagas de "a ver si quedamos otra vez" y su mayor arma es una labia que ya no necesita ni versos enrevesados. Su frase estrella: "Yo no soy como los demás, conmigo todo es distinto". 


Juanito no busca matrimonio, claro, pero sí su equivalente moderno: una promesa de "futuros planes". Su modus operandi es simple: desliza a la derecha, sonríe, lanza un par de cumplidos y, antes de que te des cuenta, te ha dejado con la sensación de haber vivido el mejor día de tu vida... solo para que, al día siguiente, el muy canalla desaparezca. Ah, pero no sin dejar antes una pista, un leve rastro digital. Quizás un “me gusta” en una foto antigua de Instagram, lo justo para que la pobre infeliz piense que aún está en su radar.


La primera en caer en la red de Juanito es **Isabel**, la hija del dueño de una franquicia de hamburgueserías artesanales. Isabel es una joven soñadora, que lo único que busca es que alguien no la trate como la princesa de papá. Juanito, al verla, suelta su clásico "¿y si damos una vuelta?", y en menos de una hora ya está tirándole frases como "nunca había conocido a alguien tan auténtica". A la mañana siguiente, Juanito está ya ligándose a **Ana**, la dueña de una tienda vintage de camisetas de bandas de rock. 


El burlador actual no tiene ni una pizca de remordimiento. ¿Qué puede pasarle? Al fin y al cabo, vivimos en una era en la que todo es desechable, desde los sentimientos hasta las relaciones. Pero, como toda buena historia, hay un giro que Juanito no ve venir.


Una noche, mientras se toma su habitual cerveza en un bar de moda, recibe un mensaje en su móvil. Es un número desconocido. “Nos vemos para cenar. No olvides que tienes una deuda pendiente.” Juanito sonríe con arrogancia. ¿Otra chica que ha caído en su red y ahora busca cerrar el ciclo? Perfecto. ¿Qué mejor forma de terminar el día que una cena "sin compromiso"?


Pero cuando llega al restaurante, la cosa cambia. Sentado en una mesa, en el rincón más oscuro, está **Gonzalo**, el exnovio de una de sus conquistas. Pero Gonzalo no está aquí por venganza romántica. No. Él es el **Convidado de Piedra** que se ha hartado de los "burladores" como Juanito, esos que van por la vida destruyendo corazones a golpe de cinismo.


“Hoy cenas conmigo, Juanito. Y esta vez, la cuenta la pagas tú”. Antes de que pueda responder, el móvil de Juanito comienza a vibrar. Son mensajes de todas sus "conquistas". Una a una, le han desenmascarado. De repente, todas las promesas vacías, los "ya veremos" y los "me encantas" se derrumban. Juanito ya no es el burlador, sino el burlado, atrapado en su propia red de mentiras.


Y así, mientras la música del bar sigue sonando y la noche avanza, Juanito aprende, de la peor manera, que el karma tiene forma de un convidado inesperado… y que las redes sociales no olvidan, ni perdonan.

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